Me sientan frente a un tablero de casillas hexagonales. Dos estudiantes me usan de 'betatester' para probar un prototipo de videojuego arcade. Sin más dilación -"ya aprenderás a medida que juegues", me dicen- me adjudican una pieza que puede moverse en todos los sentidos y de uno en uno. El objetivo es doble: no dejarme atrapar por otra pieza enemiga y debo matarla llevándola a la zona explosiva del tablero. Salgo airoso de la primera, segunda y tercera ronda... Uf! A la cuarta, no puedo con tanto enemigo y tanta zona explosiva. Game Over.
¿Donde me he metido exactamente? Es un taller de videojuegos que ha montado el departamento de Game Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Resulta que en enero se paran las clases en esta universidad y los estudiantes se toman un respiro en forma de alargar sus vacaciones, salir de fiesta a tutiplén, vaguear o apuntarse a cursos variopintos -costura, soplar botellas, danza judía...- que otorgan los créditos necesarios completar la carrera.
Son una decena los que se han apuntado a este taller que explora la vida y milagros de los videojuegos de género arcade. A lo largo de la semana, los estudiantes han podido asistir a charlas que han versado desde el secreto del éxito de Mrs. Pacman -
más de 30 años comiendo cocos- a las claves que hacen que el arcade siempre esté ahí a pesar de la PS4, la Xbox o las salidas del
'motion tracking' que se cuece en laboratorios de aquí al lado.
Entre restos de bordes pizza, patatas, coca colas y una oda al 'fast food', los alumnos se distribuyen entre programadores, diseñadores y técnicos de sonido para llevar a la luz los prototipos. De ahora en adelante, tienen más de un mes para implementar su proyecto en una máquina arcade. El videojuego ganador será expuesto en una máquina del campus y en otra en el museo MIT.